Corría el 2006 o el 2007 cuando Juanjo Hernández y un servidor montamos una especie de colectivo, al que llamábamos ‘AntiDiseño’ y al que pronto se unió el fotógrafo alicantino Alejandro Fernández y diversos simpatizantes, con quienes quedábamos de vez en cuando para ‘tertuliar’ al respecto. La teoría, para nosotros, estaba muy clara –aunque apenas nos entendía nadie–: en un mundo plagado de diseño y de comunicación ‘clónicos’, estandarizados hasta el extremo de los bancos de imagen y del ‘copia-pega’ entre estéticas mainstream, necesitábamos reconectar con la intuición y la ruptura de reglas que como artistas habíamos experimentado. Una libertad que nos permitiera salirnos del consabido briefing, muy útil por otro lado para definir una estrategia de marca, por ejemplo, pero de lo más ‘castrador’ cuando el objetivo no es otro que sorprender a través de la creatividad publicitaria o los reportajes de moda.
Este es un ejemplo de aquellas memorables colaboraciones: ante una temática tan solemne como la del traje de boda para caballero… ¿qué tal si los ponemos a trabajar, bien duro, como hacían nuestros abuelos en el campo?
A lo mejor así se ganan el derecho a una consorte guapa e inteligente que quiera tener con ellos algo más que una conversación…
Otra cosa no. Pero divertido era un montón.