Hace tiempo que me pregunto qué fue de la fotografía en blanco y negro y de aquella obsesión por captar la luz de una escena con independencia de las gamas cromáticas que contiene. Con aquella obsesión se perdió también la pasión por las amplias escalas de grises, por las sutiles pero importantes diferencias entre lo que una imagen significa en función de la decisión del fotógrafo de contrastarla más o menos, etc…
Lo se. Pura nostalgia, y todo un signo de que me hago mayor. De todas formas no está de más alertar a los más jóvenes, y a los que no lo son tanto pero se jactan de hacer buenas fotos con el móvil, de que algo estamos perdiendo: la atención en la luz no es otra cosa que el fundamento de la fotografía. Y alertar también de que hasta hace muy poco las cámaras digitales capaces de captar un buen espectro tonal estaban solo al alcance de los profesionales. El móvil o una cámara digital ‘al uso’ pueden hacer fotos muy bonitas cuando sabemos aprovechar el color y hacer buenas composiciones, pero probad a pasar esas imágenes a blanco y negro puro y veréis cómo el interes decae dramáticamente.
He aquí la primera serie fruto de mi determinación por abordar temáticas donde la luz es lo más relevante.
Aunque cuando disparaba las fotos veía únicamente material abstracto, al ‘revelarlas’ y mirarlas así, en serie, me asalta la sensación de haber captado además de lo puramente compositivo una especie de sentido metafórico de cómo nos sentimos como sociedad tras un lustro de crisis. Parece que ha pasado la tormenta, pero los ‘daños colaterales’ son tantos y afectan a estructuras tan profundas que aún no nos podemos hacer una idea del trabajo que nos queda para reconstituir todo. Además, el futuro se presenta bastante enigmático y difuso, las señales que como sociedad necesitamos para volvernos a ilusionar y ponernos a la una a levantar el país no terminan de llegar. Al menos no de manera suficientemente nítida.