La creatividad es una palabra muy utilizada y a la vez muy mal entendida. La sociedad española tiene carencias a la hora de asumir e integrar una verdadera “cultura del proyecto”, uno de los aspectos que distinguen a los países más competitivos Alemania, los países escandinavos, EEUU, Canadá, e incluso Italia, entre otros.
Hemos recibido una educación basada en la memorización y acumulación de información. Los más afortunados hemos aprendido, incluso, a analizar los datos existentes para extraer pequeñas síntesis pero ¿Nos han enseñado a explorar nuevas alternativas, a generar nuevas ideas, a vislumbrar puntos de vista que no estaban ahí, en la información previa? ¿Hemos aprendido a solucionar problemas a través de caminos realmente nuevos? ¿Tenemos capacidad de comprender el entorno cambiante y anticiparnos al futuro?
Es sólo en tiempos de crisis cuando todos miran hacia la creatividad en busca de respuestas ante la imposibilidad de las fórmulas agotadas. Desgraciadamente, dado que los sistemas educativos descuidan sistemáticamente esta facultad humana, nos encontramos con una fuerza de trabajo tecnificada y especializada sí, pero incapaz de aportar lo que ahora la sociedad, las instituciones y las empresas necesitan.
El resultado es lo que tenemos a la vista: multitud de personas técnicamente preparadas para cumplir una función dentro de un entorno determinado, pero incapaces de aportar soluciones nuevas a problemas nuevos, y más imposibilitadas aún de atreverse a deconstruir aquello que no funciona para reconstituirlo con nuevos valores y funcionalidades. Algo que los diseñadores acostumbran a hacer cada vez que buscan una solución distinta a ‘aquella existente y que ha quedado obsoleta’.
La neurociencia actual está desvelando que el pensamiento creativo no es otra cosa que el resultado de un uso integral de todas las partes del cerebro. El clásico cerebro izquierdo y derecho es sustituido ahora por la implicación de las emociones a través del sistema límbico, de la amígdala, etc., etc… Pero los diseñadores no necesitan saber toda esa parafernalia porque se han entrenado para pensar así. Frente al pensamiento racional, que busca aplicar reglas y principios siempre que sea posible, que aborrece de la confusión, que es preciso, literal, explícito e impaciente; los diseñadores han aprendido por su trabajo a desarrollar un pensamiento intuitivo, más lento y reposado, que acepta informaciones vagas, efímeras o ambiguas; que se atreve a encarar problemas aparentemente irresolubles; que se detiene en los detalles que no encajan; que es muy atento a los factores más estrictamente humanos como la psicología o la emotividad; que se atreve a explorar caminos sin saber con qué se va a encontrar; que trabaja incansable, también a un nivel subconsciente, y también durante el sueño…
¿Será por eso que se ha puesto tan de moda el ‘Design Thinking’ en los negocios? ¿Será por eso que las la tendencia es elevar a los Diseñadores a un rango Directivo?
Y, mientras tanto, el empresario medio español sigue pensando que «eso del diseño solo sirve para hacer las cosas bonitas»…
Imaginen si aún estamos lejos: para afrontar los enormes retos a los que nos enfrentamos necesitamos convertir nuestras organizaciones en entornos creativos, cuando el empresariado ‘typical spanish’ solo atiende a aquello que se puede ver, medir y tocar, y cuando la mayoría de los trabajadores solo piensa aquello de ‘virgencica, que me quede como estoy’.