Libro Corporativo ‘Ballester’
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Patronato Provincial de Turismo
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Nuestra ‘brand image’ para Benidorm, reconocida con dos premios de prestigio internacional
2014 tocaba prácticamente su fin cuando la ‘Fundación Turismo Benidorm’ sacó a concurso público, mediante crowdsourcing, el diseño de una nueva marca para ‘Benidorm’, un destino turístico sin duda emblemático a nivel internacional. No sin polémica, ciertas resistencias al cambio, y ya en 2015, llegó el fallo del jurado.
Nosotros fuimos los agraciados, y menos mal que algunos medios serios y especializados templaban los ánimos dando a entender que «el experimento» podía considerarse un éxito, a pesar de los «dimes y diretes» entre políticos y profesionales relacionados con el turismo y, sobre todo, entre los profesionales de la comunicación y el diseño.
A partir de ahí, con tranquilidad y ya fuera de la polémica, tanto FLUENTIS como la Fundación nos pusimos a trabajar en el desarrollo de las posibilidades que ofrecía la nueva Identidad Visual para, a renglón seguido, ir aplicando diligentemente la marca en todo tipo de situaciones de uso real, como ‘Fitur 2015’ o las campañas promocionales de esa misma temporada de verano.
Ambas partes estamos muy satisfechas con el rendimiento de la nueva marca desde el minuto uno: los públicos la reconocen y recuerdan con rapidez y facilidad, lo que sin duda permite una menor inversión en publicidad para obtener los mismos resultados.
Y que la Identidad Visual es buena y cumple perfectamente su función ya no lo decimos únicamente nosotros. El diseño de la marca ha sido premiado por expertos que han evaluado lo mejor de la disciplina a nivel internacional entre los años 2015 y 2016. Por si fuera poco, el reconocimiento llega por partida doble, y desde dos perspectivas bien diferenciadas.
Por un lado, la marca turística ‘Benidorm’ ha ganado los ‘International Visual Identity Awards’ de 2016 en la categoría ‘Destination’. Se trata de unos premios otorgados por apasionados del buen diseño de distintos países y continentes, quienes confiesan haber fundado estos premios porque echaban de menos la existencia de un concurso absolutamente independiente de cualquier interés mediático, o de compañías ligadas a la comunicación, la publicidad o el diseño.
Y por otro lado, un jurado del más alto nivel y reconocimiento internacional ha considerado a la marca ‘Benidorm’ finalista en los ‘Best Brand Awards’ de 2016, en la categoría ‘Europe & Russia’.
Queremos aprovechar la ocasión para agradecer una vez más el entusiasmo y la confianza depositados por la ‘Fundación Visit Benidorm’ durante todo el proceso de definición y desarrollo de la gráfica de la marca ‘Benidorm’. Gracias, y enhorabuena.
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Nueva Identidad Visual para la ‘EFP’
La ‘European Federation of Periodontology (EFP)’ es una institución que aglutina nada menos que a 29 Sociedades Nacionales, orientadas hacia la promoción de la investigación, la educación y la prevención, desde una perspectiva científica de la periodoncia. Representa a más de 14.000 periodoncistas y profesionales de la salud de las encías de Europa, Norte de África y Medio Oriente.
La Federación lidera el diálogo global sobre la salud periodontal; su visión viene expresada por el ‘tagline’ “Periodontal health for a better life”, y durante 2015 abordó la necesidad de una nueva Identidad Visual más acorde con los tiempos, y con los retos globales de su cometido.
Desde su estudio especializado en Branding, FLUENTIS, Juan Aís, en estrecha colaboración con Javier García de Nítida Branding, diseñó un poderoso sistema de signos basado en la simplicidad, el rigor y la coherencia, a partir del cual se están desarrollando los distintos canales de comunicación de la Federación (web, anuncios, publicaciones, etc…).
Aunque a simple vista pueda parecer una solución obvia y sencilla —la periodoncia trata de la salud bucal y qué mejor que una sonrisa para expresarla—, nos topamos con la inmensidad de signos identificadores que pueblan el universo comunicativo y que muestran precisamente una sonrisa. Por lo que insistir en ese camino podría dar al traste con la función principal que se espera de un Identificador Visual: ser único y distintivo.
Pudimos comprobar cómo desde que el ‘smiley’ surgió de la pluma del diseñador Harvey Ball en 1963, marcas de todo tipo, condición y sector, han ido cayendo en la tentación de esbozar e integrar en sus signos identificadores algún tipo de sonrisa. Aquí algunos ejemplos de entre los recopilados durante el estudio previo. La línea inferior está dedicada al sector dental y también a otras instituciones similares a nuestro caso.
¿Cómo fuimos capaces de sortear tamaño problema?
Pues parece que a nadie hasta el momento se le había ocurrido tratar el signo con unas proporciones tan elegantes y cuidadas como lo hicimos nosotros y de poner el foco exclusivamente en la boca obviando los ojos. Además, elegimos un azul muy especial que funciona muy bien ‘online’, y que es capaz de conjugar seriedad y dinamismo.
Por si haber salido airosos de la encerrona fuera poco, la solución está permitiendo a la Federación ofrecer la adaptación de los signos a las diferentes Sociedades Nacionales que así lo deseen. La Sociedad Británica ha sido la primera en subirse al carro de una mayor integración, con un verde refrescante por seña de identidad.
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25 años de especialización, ‘a golpe de vista’
Me gustaría compartir con vosotros una selección de ‘identidades visuales’ realizadas entre 1990 y 2015. La imagen debe ‘leerse’ de izquierda a derecha y de arriba abajo. Hay desde negocios locales hasta marcas con proyección internacional, desde ‘rediseños’ que obligan a mantener una serie de rasgos para conectar con el pasado, hasta marcas que se acercan a la aspiración de todo buen diseño de Identidad Visual Corporativa: máxima integración entre identidad y síntesis, aspecto cada día más importante, puesto que la resolución de las pantallas se mide en píxels y las marcas compiten en un terreno de lo más agresivo a nivel visual.
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Es tiempo de exploradores II. Una mirada antropológica sobre la diversa y mutante economía
Economías del conocimiento
Tras más de una década siguiendo de cerca las tendencias de los nuevos modelos de negocio propiciados por la evolución de las TICs, me atrevería a sugerir la emergencia de una nueva dicotomía, útil tal vez para tratar de entender las transformaciones económicas en las que anda este mundo globalizante e interconectado. Tendríamos, en un extremo, una «cultura del conocimiento libre», en el sentido de «no propietario», de libre producción y transformación, gratuitamente ofrecido y compartido, que de alguna manera podríamos conectar con «el don» maussiano y quizá incluso con la «incrustación» de lo económico en el corpus social a que hacía referencia Polanyi; frente a una «cultura del conocimiento propietario«, sujeto a leyes de copyright, dentro del cual las personas estarían obligadas a pagar de una u otra forma con moneda «oficial» de los estados, y que claramente conectaría con el capitalismo clásico, y con su variante más neoliberal y globalizadora.
Debemos entender «conocimiento» aquí en un sentido muy amplio. Me refiero al «conocimiento» resultante de la investigación, el desarrollo y la innovación continuados, y que es puesto en circulación tanto por parte de individuos como de grupos, y de formas tanto públicas como privadas. Por poner unos ejemplos… estaríamos hablando tanto del tipo de conocimiento que hace que sea hoy más competitivo cultivar tomates con tecnología hidropónica en plantaciones verticales en Holanda que hacerlo en España de forma convencional, como del tipo de conocimiento que permite que el sistema operativo GNU/Linux (software libre) sea uno de los más utilizados para la computación y los procesos de información a nivel global, incluso por parte la mayoría de empresas privadas (lo mismo sucederá pronto con la tecnología ‘blockchain’). Hablaríamos, también, del conocimiento que permite crear y desarrollar el Bitcoin, una criptomoneda no dependiente de ninguna autoridad central y basada en P2P, que crece día a día en valor, en posibilidades de uso y, lo más sorprendente: que permite trabajo con remuneración a personas y empresas que colaboran de forma autónoma y descentralizada en el mantenimiento y el desarrollo de un sistema donde la comunidad es necesaria, pero en el que ningún nodo es imprescindible para su correcto funcionamiento.
Si establecemos el «conocimiento» como la «materia prima» fundamental de la economía contemporánea, para lo que simplemente tendríamos que asumir que nada puede ser considerado hoy un «bien de consumo», y ni siquiera un «bien de intercambio», sin la intervención de aquél, y si además incorporamos al análisis los crecientes modelos de producción e intercambio en los que quienes invierten en investigación, desarrollo e innovación lo hacen de forma colaborativa y abierta, en la mayoría de los casos sin recibir ni esperar retribución monetaria alguna, podríamos incluso atrevernos a tratar de superar el restringido concepto de «Economía del conocimiento«, que no deja de ser un concepto ideológico más, diseñado por y orientado hacia el desarrollo de la economía capitalista ultraliberal.
Digamos que propongo definir «conocimiento» en un sentido omniabarcante, donde cabría tanto el «conocimiento libre» como el «conocimiento propietario». Otra cuestión será dilucidar si en algunos casos se da realmente una economía del «conocimiento libre» pura y perfecta o más bien toda una suerte de hibridaciones del tipo que se viene dando entre economía formal e informal. Un primer ejemplo flagrante de hibridación sería el sistema operativo Android de Google; «libre» para que cualquiera pueda desarrollar funcionalidades y aplicaciones, pero con ciertos fragmentos de código privativos y exclusivos de la compañía.
‘Conocimiento libre’ vs. ‘Conocimiento Propietario’
Podríamos caracterizar esta, provisionalmente llamada «cultura del conocimiento libre», como «fuera de mercado», «informal», «gratuita», dirigida a una comunidad de iguales… Y algunos ejemplos que fundamentarían su existencia, además de la tan traída y llevada Wikipedia como ejemplo de producción colaborativa, serían el Software Libre –quizá uno de los movimientos pioneros y sobre el que se fundamentan otros fenómenos tanto posteriores como emergentes–, la Cultura Libre, Creative Commons, el Hardware Libre o las llamadas «Criptomonedas».
En el polo opuesto tendríamos una «cultura del conocimiento propietario», que no sería otra cosa que el resultado del proyecto capitalista en general –y neoliberal en particular– respecto al consumo y a la economía en su conjunto, y cuyos ejemplos paradigmáticos, en la producción y distribución cultural serían un Disney o un Metro Goldwin Mayer, un Monsanto en la agroalimentaria, cualquier industria farmacéutica, del automóvil, química, discográfica, editorial, franquicia, etc., etc. En realidad, cabe aquí cualquier actividad económica regida por las «reglas del mercado» y regulada por sistemas de propiedad y protección –copyright, marcas, diseños, patentes…– y por cuyos productos y servicios todo ciudadano/usuario/consumidor debe pagar con moneda corriente.
Quizá merecería la pena mencionar también, en realidad no tanto como un intento de síntesis o reconciliación de la polaridad «conocimiento libre vs. conocimiento propietario», la propuesta de Christian Felber a través de su «Economía del Bien Común». Se trataría más bien de una alternativa tanto al capitalismo de mercado como a la economía planificada que trataría de regular la actividad económica en base a los textos constitucionales de los estados occidentales, que en su mayoría recogen el principio de que la actividad económica debe servir al «bien común». Aún tratándose de un tipo de propuesta alejada de la presente reflexión, podemos apreciar una clara conexión entre «lo común», los commons que dirían los ingleses –lo público diríamos nosotros–, aspecto medular en la propuesta de Felber, con los conceptos de Cultura Libre, Software Libre, Creative Commons, voluntariado, trabajo colaborativo y desinteresado para la comunidad, etc.
Necesitamos ser capaces de construir amplias teorías capaces de abordar la complejidad de las economías contemporáneas, al estilo de las que en su momento trazaron un Wolf o un Giddens, y en las que seguramente conceptos como el de «Sociedad Red» de Manuel Castells podrían resultar fructíferos para explicar fenómenos económicos multilocalizados, hipercolaborativos y que tienen lugar, de principio a fin (desde la producción al consumo, pasando por la distribución) exclusivamente en la red. Ejemplos son ya infinitos: Cultura y Software libres, FaceBook, Google, Nexflix, Spotify, los mercados financieros, portales educativos, las criptomonedas, etc., y también otros muchos donde únicamente el extremo final, el disfrute del servicio, la «experiencia» como se dice ahora, se produce fuera de la red, del tipo BlaBlaCar, Airbnb o Amazon.
Tengo la intuición de que fueron los pioneros del Software Libre, ya en los setenta, quienes abrieron, de forma seria y consciente, esta nueva etapa en la historia de la humanidad en la que florecen grupos –de personas distantes y multisituadas– que desarrollan prácticas y reglas bien definidas y orientadas a la consecución de determinados fines colectivos que acaban beneficiando a la común humanidad. Especialmente relevante me resulta la aparición de toda la cultura Creative Commons, que anima a músicos, escritores, fotógrafos, artistas plásticos, estudiantes, académicos, etc. a poner a disposición de toda la humanidad sus obras de creación, rompiendo así con la tradición de la «Propiedad Intelectual» –propia de la modernidad occidental–; un hecho que iría mucho más allá del estatuto que las artes tenían en la Edad Media, para retrotraernos, incluso, hasta las culturas más ancestrales donde el Arte era inseparable de la vida en comunidad.
‘Las otras’ economías
Por su parte, la llamada «Nueva Economía» nos ofrece otro suculento campo de novedades con las que lidiar, y que consiste en poner el foco en modelos de negocio basados de alguna forma en la creatividad y el talento, y cuya iniciativa y desarrollo viene de la mano de organizaciones innovadoras. «Nueva Economía» no se refiere a un sector concreto, sino a una nueva forma de producción y consumo relacionado con las TICs y la globalización. Desde mi perspectiva, y aunque en España llevamos un considerable retraso con respecto sobre todo a los países anglosajones, entiendo que la Antropología es una ciencia clave, puesto que el conocimiento, el talento y en general los factores humanos, culturales y relacionales son medulares en los productos y servicios que este tipo de empresas ofrecen. Dicho de otra forma: un Antropólogo puede aportar mucho a las empresas en las que controlar los intangibles y las relaciones es más importante que controlar la producción física. Me refiero a ámbitos como Economía Verde, Economía, Social, Economía Digital, Industrias Creativas, Economía Abierta, Administración y Competitividad, Economía de la Confianza, Economía del Ensamblaje y Empresas de Humanidades.
Más directamente relacionado con la empresa capitalista en sentido «convencional» estaría la figura del «antropólogo como asesor», en la línea del «Design Thinking«, concepto desarrollado por Tim Brown a finales de los 90 en su mundialmente conocida consultora de desarrollo de productos y servicios «Ideo». Se trata de empresas conscientes de la necesidad de desarrollar productos, servicios, estrategias y modelos de organización que ponen en el centro a las personas, lo que traducido a un lenguaje antropológico vendría a significar, resumiendo mucho, algo así como «iluminar lo simbólico-cognitivo por un lado y las relaciones –y por tanto sus reglas– por otro». En este ámbito, y sobre todo en U.S.A., los antropólogos forman parte de los equipos que orientan a las empresas a la hora de idear y desarrollar nuevos productos, servicios y estrategias tanto organizativas como de marketing. En las propias palabras de la compañía «Ideo»: «Pensar como un diseñador puede transformar la forma en que las organizaciones desarrollan servicios , procesos y estrategias. Este enfoque, que IDEO llama design thinking , integra lo que es deseable desde un punto de vista humano con lo que es tecnológicamente posible y económicamente viable.»
Puedo traer a colación aquí mi propio caso. Desde que estudio Antropología encuentro (de momento sobre todo en la ‘Cognitiva-Simbólica’ y en la ‘Etnografía’) grandes utilidades y aplicaciones directas en los ámbitos de actuación de FLUENTIS, mi consultora; y al ritmo que están emergiendo nuevos modelos de negocio centrados en las «personas» y en las «experiencias», y teniendo que adaptarse los más «clásicos» para poder sobrevivir a las consecuencias de la revolución TICs y la galopante globalización, estoy convencido que cada vez será más necesaria la figura del antropólogo, tanto como consultor externo como de forma integrada en el organigrama de muchos tipos de empresa.
Pero aún hay más. Existe otro fenómeno económico en pleno desarrollo y expansión, y plagado de todo tipo de hibridaciones –entre lo nuevo y lo viejo, entre lo formal y lo informal, entre el esnobismo y la pura supervivencia, entre el materialismo y la ética, entre los derechos humanos y la regresión social, etc.–, y por tanto, tejido con el tipo de complejidades que solo la ciencia antropológica es capaz de desentrañar.
Me refiero a las «Economías alternativas», en el sentido de «formas de organizar la producción, la distribución y el consumo basadas en la reciprocidad, la solidaridad, la equidad y la sostenibilidad; y en contraposición a las relaciones de dominación, explotación y depredación que caracterizan a la economía capitalista.»
La contemporaneidad suma al desarrollo tecnológico y a la globalización un período de crisis económica profunda, y también de cuestionamiento ético, político y ecológico. En este complejo contexto aparecen nuevas posibilidades y se rescatan y reciclan viejas prácticas de organización económica. Antes principalmente en latinoamérica y ahora en el sur de Europa cobran especial protagonismo etiquetas del tipo «economía social», «banco de tiempo», «consumo de cercanía», «comercio justo», etc…, y en todo el globo estas mismas concepciones económicas se están hibridando con las posibilidades divulgativas, de participación y/o de mercado que ofrecen las TICs.
Definitivamente, ‘es tiempo de exploradores’.
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Empresa = Comunicación
Nada como echar la vista atrás para tomar conciencia del radical nuevo escenario en que la ‘era Internet’ nos ha sumido. Prácticamente hasta principios de los 90 (pre-Internet) una empresa era algo del todo ‘sólido’, con sus naves, su maquinaria, su flota de vehículos, sus empleados… y, por supuesto, su flamante propietario; quien personalmente se encargaba de representar a la empresa en todos y cada uno de los ámbitos de influencia necesarios para una actividad mercantil saneada. El señor propietario era, en muchos casos y simultáneamente, el medio y el mensaje. En aquellos tiempos, no sin esfuerzo y dedicación, todavía una única persona podía erigirse en embajador absoluto de la empresa: la credibilidad frente a la administración era la suya propia, cuando había que atender a los medios de comunicación ¿quién, si no?, la garantía en las transacciones tanto con proveedores como con la cadena de distribución emanaba de su persona e, incluso, los ecos de su reputación personal podían llegar hasta los oídos de los mismísimos usuarios de productos y servicios. Eran pues personas con toda su ‘materialidad’ quienes se desplazaban de un sitio para otro enarbolando las marcas de la empresa. Si Vds. recuerdan, aún estaba de moda la asistencia a innumerables ferias tanto nacionales como internacionales, las misiones comerciales, las relaciones públicas basadas en la ‘filosofía’ del ágape, etc., etc… ¡Puff…! ¡Qué cansancio da solo pensarlo ahora! 😉
Recordemos: Internet estaba aún circunscrita a circuitos militares, científicos y como mucho, universitarios.
¿Y qué se nos pedía en aquella época pre-Internet, a nosotros, los profesionales de la Comunicación Corporativa?
Simplificando mucho, podríamos decir que tratábamos de aliviar en lo posible la enorme responsabilidad representativa y comunicacional que recaía sobre los señores propietarios. ¿Y el método? Pues la comunicación entonces se entendía prácticamente como un añadido, una especie de prótesis sobre la materialidad de los objetos de la empresa y que emanaban de ella. Fue la época del auge de la ‘Identidad Visual Corporativa’, que consistía en ‘vestir’ naves y oficinas, vehículos, papelería administrativa, envases de producto, etc… Dicho de otra manera sencilla: se trataba de ‘marcar el territorio’ por donde circulaba la actividad mercantil de tal o cual corporación frente a las demás. Para completar el escenario, bastaba con hacer lo propio en los medios de comunicación de masas mediante la inserción de anuncios.
Internet, entendido como una especie de ‘sistema nervioso’ de la Globalización, casi de repente, puso patas arriba todas y cada una de las prácticas y supuestos que acabamos de comentar y cimentados desde principios del pasado siglo.
El cambio de paradigma es tan profundo y relevante que muchos profesionales andan dando palos de ciego. Lo cierto es que la desmaterialización del mundo y su conversión en bits está afectando de lleno a la esencia de empresas, productos y servicios. No se trata simplemente de aquello de que no estar en los medios equivalga a no existir en el mercado, hemos de ir más allá y darnos cuenta de que el mercado todo es ahora comunicación, y que para hacerse siquiera oír un poquito, una empresa debe codificarse por entero en discurso comunicativo, tanto verbal como visual (transmisible por la red y preparado para el diálogo con los públicos). No importa cómo sea y dónde esté ubicada la empresa, si es fabricante o no, quienes sean o dejar de ser los propietarios o accionistas; los representantes de la marca son ahora código puro, comunicación pura. En este escenario la comunicación ya no es más una opción ni debe entenderse como un añadido, hemos de atrevernos a decir que Empresa es igual a Comunicación.
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…Y eso del ‘Design Thinking’ ¿Qué es?
La creatividad es una palabra muy utilizada y a la vez muy mal entendida. La sociedad española tiene carencias a la hora de asumir e integrar una verdadera “cultura del proyecto”, uno de los aspectos que distinguen a los países más competitivos Alemania, los países escandinavos, EEUU, Canadá, e incluso Italia, entre otros.
Hemos recibido una educación basada en la memorización y acumulación de información. Los más afortunados hemos aprendido, incluso, a analizar los datos existentes para extraer pequeñas síntesis pero ¿Nos han enseñado a explorar nuevas alternativas, a generar nuevas ideas, a vislumbrar puntos de vista que no estaban ahí, en la información previa? ¿Hemos aprendido a solucionar problemas a través de caminos realmente nuevos? ¿Tenemos capacidad de comprender el entorno cambiante y anticiparnos al futuro?
Es sólo en tiempos de crisis cuando todos miran hacia la creatividad en busca de respuestas ante la imposibilidad de las fórmulas agotadas. Desgraciadamente, dado que los sistemas educativos descuidan sistemáticamente esta facultad humana, nos encontramos con una fuerza de trabajo tecnificada y especializada sí, pero incapaz de aportar lo que ahora la sociedad, las instituciones y las empresas necesitan.
El resultado es lo que tenemos a la vista: multitud de personas técnicamente preparadas para cumplir una función dentro de un entorno determinado, pero incapaces de aportar soluciones nuevas a problemas nuevos, y más imposibilitadas aún de atreverse a deconstruir aquello que no funciona para reconstituirlo con nuevos valores y funcionalidades. Algo que los diseñadores acostumbran a hacer cada vez que buscan una solución distinta a ‘aquella existente y que ha quedado obsoleta’.
La neurociencia actual está desvelando que el pensamiento creativo no es otra cosa que el resultado de un uso integral de todas las partes del cerebro. El clásico cerebro izquierdo y derecho es sustituido ahora por la implicación de las emociones a través del sistema límbico, de la amígdala, etc., etc… Pero los diseñadores no necesitan saber toda esa parafernalia porque se han entrenado para pensar así. Frente al pensamiento racional, que busca aplicar reglas y principios siempre que sea posible, que aborrece de la confusión, que es preciso, literal, explícito e impaciente; los diseñadores han aprendido por su trabajo a desarrollar un pensamiento intuitivo, más lento y reposado, que acepta informaciones vagas, efímeras o ambiguas; que se atreve a encarar problemas aparentemente irresolubles; que se detiene en los detalles que no encajan; que es muy atento a los factores más estrictamente humanos como la psicología o la emotividad; que se atreve a explorar caminos sin saber con qué se va a encontrar; que trabaja incansable, también a un nivel subconsciente, y también durante el sueño…
¿Será por eso que se ha puesto tan de moda el ‘Design Thinking’ en los negocios? ¿Será por eso que las la tendencia es elevar a los Diseñadores a un rango Directivo?
Y, mientras tanto, el empresario medio español sigue pensando que «eso del diseño solo sirve para hacer las cosas bonitas»…
Imaginen si aún estamos lejos: para afrontar los enormes retos a los que nos enfrentamos necesitamos convertir nuestras organizaciones en entornos creativos, cuando el empresariado ‘typical spanish’ solo atiende a aquello que se puede ver, medir y tocar, y cuando la mayoría de los trabajadores solo piensa aquello de ‘virgencica, que me quede como estoy’.